jueves, 24 de noviembre de 2011

La semilla de algodón, una fuente de nutrientes para la alimentación humana

Este experto ha comenzado dando su semilla especial a las gambas, en uno de los estudios que espera que culminen con la harina del algodón en el plato de los seres humanos.


“La cantidad de semilla de algodón producida en todo el mundo satisfaría los requisitos básicos de proteínas de 500 millones de personas”, dijo Rathore en una entrevista con Efe durante una visita a Quito, como parte de un programa de intercambios auspiciado por el Gobierno de Estados Unidos.



En un planeta que acaba de pasar el umbral de los 7.000 millones de habitantes y que ha sufrido alzas importantes del precio de los alimentos en los últimos años, encontrar una fuente no aprovechada de nutrientes es una perspectiva muy tentadora.



La idea es de especial interés para los más de 20 millones de agricultores que cultivan algodón, especialmente en países como China, India, Estados Unidos, Brasil y Argentina, que ahora recogen la fibra blanca pero desaprovechan el resto.



Rathore gritó “Eureka” tras 10 años de trabajo en su laboratorio de la universidad texana, después de que durante algún tiempo tuvo que relegar el proyecto prácticamente a un hobby ante los fracasos iniciales.



El algodón cuenta con unas glándulas que secretan gosipol, un compuesto tóxico que le ayuda a defenderse de plagas y de la mayoría de los herbívoros, incluido, hasta ahora, el ser humano.



Hace unos 50 años unos botánicos lograron una planta de algodón sin ese compuesto tras cruzar una variedad salvaje de algodón sin gosipol con las variedades comerciales.



Fue un momento de gran entusiasmo, que llevó a realizar estudios entre seres humanos en África, India y América Central, donde se llegó a administrar a niños, y que probaron que la semilla de algodón era un buen nutriente sin efectos adversos, explicó Rathore.



En la Universidad de Texas A&M un grupo de voluntarios las saló y “y a la mayoría le gustó el sabor”, dijo.

No obstante, el proyecto fracasó porque las suculentas plantas de algodón sin gosipol fueron presa de todo tipo de insectos.



Tuvo que llegar la ingeniería genética para resolver el problema, de las manos del indio Rathore, quien en 2006 “silenció” el gen responsable por la producción de gosipol solo en la semilla, con lo que se mantienen las glándulas con el compuesto como protección en el resto de los tejidos.



Desde entonces su equipo, compuesto por cinco personas, ha cultivado ocho generaciones de la semilla especial, tanto en invernaderos como al aire libre, y ha concluido que su peculiaridad genética “es estable y transmisible”.



Con su hallazgo Rathore aspira a cambiar la relación entre el ser humano y el algodón, una planta originaria de África que se cultiva por su tejido desde hace 7,000 años, pero que produce 1.6 más semilla que fibra.



Actualmente el aceite de la semilla se aprovecha para consumo humano, pues es posible quitarle el gosipol por medios mecánicos y químicos, mientras que el resto se le da a las vacas, que son capaces de digerirlo gracias a los poderosos cuatro compartimentos de su estómago.



Sin embargo, las reses son un vehículo muy poco eficiente para el procesamiento de comida, dado que necesitan 5.8 kilos de alimento para producir 1 kilo de carne.



En cambio, la proporción en las gallinas es de 2 por 1 y en algunos peces como el salmón se acerca al 1 por 1.



Por su combinación de aminoácidos, a los camarones les gusta en especial la semilla, que Rathore también ofrecerá a pollos y cerdos en futuros estudios, según dijo.



Sin embargo, cree que aun tardará unos diez años en cumplir los requisitos de seguridad impuestos por las agencias reguladoras de Estados Unidos y con ello sacar la semilla al mercado, pese a que Washington es el lugar más permisivo con los alimentos modificados genéticamente.



En Europa, donde se concentra la oposición a que el ser humano altere los genes de lo que comemos, previsiblemente tardará mucho más.





Tres horas y media permiten al director de “Raging Bull" acercarse en este filme para televisión, que se estrena este fin de semana en los cines de España, a uno de sus ídolos pasando por los testimonios de Yoko Ono, Ringo Starr, Paul McCartney o Eric Clapton.



Este tributo al Harrison más íntimo llega solo tres años después de inaugurar el Festival de Cine de Berlín con “Shine a Light”, su filme sobre los Rolling Stones, a los que desglosaba desde su trabajo y su leyenda utilizando como excusa un concierto con varios artistas invitados, desde Jack White a Christina Aguilera.



Esta película era el capricho del director tras conseguir su ansiado Óscar -a la sexta candidatura- por “The Departed”, en cuya banda sonora incluía, precisamente, la canción “Gimme Shelter” del grupo de Mick Jagger, que ya había sonado en “Godfellas” y “Casino".



Pero no era la primera vez que Scorsese documentaba la carrera de sus músicos favoritos- lo había hecho con el que fuera, además, su compañero de piso, Robbie Robertson, en “The Last Waltz”, en 1978, aunque hasta el siglo XXI no la recuperaría con “No Direction Home- Bob Dylan”, en la que se centraba en la trayectoria del cantante en los años sesenta.



Y es que Scorsese, perteneciente a la última hornada legendaria de cineastas estadounidenses, no ha tenido un fetiche como el que John Williams es para George Lucas y Steven Spielberg ni ha dotado a sus filmes de la majestuosidad con la que Nino Rota vistió “The Godfather” de Francis Ford Coppola, pero ha tenido una relación fundamental con la música.



De todas sus películas, la banda sonora más recordada es la que Elmer Bernstein compuso para “The Age of Innocence”, el filme menos “scorsesiano” de su carrera.



El cineasta siempre cita como su película favorita “The Red Shoes”, el musical sobre ballet dirigido por Michael Powell y Emeric Pressburger en 1948, que restauró él mismo con mimo y resultados espectaculares a través de su World Cinema Foundation y la reestrenó en el Festival de Cannes 2006.



Su coqueteo con el género no fue más allá de aportar una canción histórica como “New York, New York” a la película del mismo título, protagonizada por su Liza Minnelli y su fetiche, Robert De Niro, que se encuentra en cambio entre los peores títulos de su filmografía.



Antes de destacar como cineasta había trabajado como supervisor del montaje de “Elvis on Tour”, en 1972, y en los años ochenta, ya como director reconocido, firmó el videoclip de la canción “Bad”, de Michael Jackson.



Uno de los títulos fundamentales de su primera etapa, “Taxi Driver”, estaba dedicado al músico Bernard Herrmann, que se despedía del cine y de la vida con este filme tras haber compuesto para Alfred Hitchcok melodías tan famosas como las de “Psicosis” o “Vértigo".



Ha utilizado cantantes en sus repartos, como Kris Kristofferson en “Alice Doesn't Live Here Anymore”, Iggy Pop en “The Color of the Money”, David Bowie en “The Last Temptation of Christ”, Debbie Harry y Peter Gabriel en “New York Stories” y Gwen Stefani en “The Aviator”, además de dar a Mark Wahlberg su única nominación al Óscar en “The Departed".



Ya como músicos, llevó a las puertas de los premios de la Academia a U2 por su composición “The Hands that Built America”, tema principal de “Gangs of New York".



Ahora, entre sus múltiples proyectos de futuro, se encuentra un biopic de Frank Sinatra, al que daría vida Leonardo Di Caprio, en el que conviviría su melomanía con uno de sus universos favoritos, el de la Mafia, algo que nunca logró en aquél viejo deseo de hacer un filme sobre Dean Martin titulado “Dino".

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