Solo en el intestino tenemos en torno a un trillón de células bacterianas. Cuando estamos sanos, conviven en una simbiosis útil para el organismo porque a cambio del alimento que le proporcionamos, fabrican vitaminas que necesitamos para vivir. "Solo estamos limpios de microrganismos en el claustro [vientre] materno", explica el jefe de Medicina Preventiva del Carlos Haya, Francisco Calbo. Con los primeros besos, el chupete, los biberones y los pañales, las bacterias van entrando en nuestro cuerpo.
A lo largo de la vida, la simbiosis es útil. El problema es cuando por alguna patología la persona está baja de defensas. De ser beneficiosas, algunas bacterias pasan a ser patógenas. De hacer bien, pasan a hacer daño.
Y es ahí donde empieza la guerra entre médicos y bacterias. El campo de batalla es el cuerpo del enfermo. "Sabemos cómo atizarle, pero las bacterias mutan para que los antibióticos no las destruyan", precisa Calbo.
La guerra entraña su dificultad porque mientras los seres humanos tienen unas tres generaciones cada 100 años, las bacterias tienen hijos cada 20 minutos. Por lo tanto su capacidad de cambiar es elevada. "Cuando una bacteria muta, ya ha adquirido resistencia al antibiótico. Cuando una bacteria aprende a resistir, impide que el antibiótico sea efectivo", aclara el facultativo. Y, para colmo, las bacterias se contagian entre sí su capacidad de resistir a los antibióticos.
En los hospitales es donde confluyen los factores que desequilibran la simbiosis útil: allí están las personas enfermas que son más vulnerables a las infecciones y las bacterias más resabiadas frente a los antibióticos.
Tras los 40 casos de klebsiella detectados en el Carlos Haya -de los que ocho pacientes murieron durante su ingreso hospitalario sin que se haya atribuido al germen la causa de su fallecimiento-, Calbo insiste en que no puede divulgarse la idea de que los hospitales son una bomba de relojería. Además, resalta que esas situaciones han sido precisamente detectadas por el sistema de vigilancia que tiene el hospital en el que participan cada área del centro sanitario -dando la alerta-, el laboratorio de Microbiología -haciendo los análisis para el diagnóstico- , Medicina Preventiva -con la vigilancia epidemiológica- y Farmacia -poniendo el remedio-.
Los hospitales del tamaño del Carlos Haya suelen registrar en torno a un 7% de infecciones nosocomiales. Es decir que 7 de cada 100 pacientes que ingresan contraen una infección a las 48 o 72 horas de ser hospitalizados. Pero dentro de este porcentaje se incluyen no solo aquellas que un enfermo pueda contagiarse en el hospital, sino también las provocadas por una bacteria que ya tenía en su cuerpo pero que de forma oportunista lo infecta y lo ataca aprovechando su fragilidad.
La proporción de infecciones varía según las especialidades. En Oftalmología es bajísima y en Cirugía Digestiva es más alta. Pero también varía según el nivel de los hospitales. En los centros hospitalarios más pequeños es menor -el 4,84%- y en los más grandes, como el Carlos Haya, mayor -7,26%-. La razón es que los pacientes más complejos, más graves, los conectados a más máquinas y, por ende, los más vulnerables están en los hospitales de mayor nivel. "Es utópico el porcentaje cero de infección", sostiene Calbo. El facultativo dice que en los últimos 22 años apenas se han logrado reducir las infecciones nosocomiales del 10% al 7,26%.
Pero hay otro elemento que añade dificultad en la lucha. El uso de respiradores, vías y sondas para tratar de sacar adelante a un enfermo, favorece la aparición de infecciones. El lugar donde se utilizan más procedimientos invasivos es la UCI. De ahí que la proporción de infecciones nosocomiales sea mayor en ese área. Allí es donde están las infecciones más graves y los patógenos más multirresistentes. "Pero también es donde se salvan más vidas", apunta Calbo. Y explica que la quinta parte de los pacientes acuden al hospital a que les curen una infección y que el 27% de las camas está ocupada por un enfermo con un proceso infeccioso. Además, precisa que entre los tratamientos para atajar esos patógenos y otros que de forma preventiva se administran cuando se va a realizar una operación, el 43% de las personas ingresadas reciben antibióticos. De modo que sus bacterias están aprendiendo a mutar para ser resistentes y sobrevivir. Por eso, Calbo sostiene que las infecciones nosocomiales son "el resultado de la 'inteligencia' biológica de los microrganismos con los que convivimos desde días después de nacer".
www.iberonat.com
A lo largo de la vida, la simbiosis es útil. El problema es cuando por alguna patología la persona está baja de defensas. De ser beneficiosas, algunas bacterias pasan a ser patógenas. De hacer bien, pasan a hacer daño.
Y es ahí donde empieza la guerra entre médicos y bacterias. El campo de batalla es el cuerpo del enfermo. "Sabemos cómo atizarle, pero las bacterias mutan para que los antibióticos no las destruyan", precisa Calbo.
La guerra entraña su dificultad porque mientras los seres humanos tienen unas tres generaciones cada 100 años, las bacterias tienen hijos cada 20 minutos. Por lo tanto su capacidad de cambiar es elevada. "Cuando una bacteria muta, ya ha adquirido resistencia al antibiótico. Cuando una bacteria aprende a resistir, impide que el antibiótico sea efectivo", aclara el facultativo. Y, para colmo, las bacterias se contagian entre sí su capacidad de resistir a los antibióticos.
En los hospitales es donde confluyen los factores que desequilibran la simbiosis útil: allí están las personas enfermas que son más vulnerables a las infecciones y las bacterias más resabiadas frente a los antibióticos.
Tras los 40 casos de klebsiella detectados en el Carlos Haya -de los que ocho pacientes murieron durante su ingreso hospitalario sin que se haya atribuido al germen la causa de su fallecimiento-, Calbo insiste en que no puede divulgarse la idea de que los hospitales son una bomba de relojería. Además, resalta que esas situaciones han sido precisamente detectadas por el sistema de vigilancia que tiene el hospital en el que participan cada área del centro sanitario -dando la alerta-, el laboratorio de Microbiología -haciendo los análisis para el diagnóstico- , Medicina Preventiva -con la vigilancia epidemiológica- y Farmacia -poniendo el remedio-.
Los hospitales del tamaño del Carlos Haya suelen registrar en torno a un 7% de infecciones nosocomiales. Es decir que 7 de cada 100 pacientes que ingresan contraen una infección a las 48 o 72 horas de ser hospitalizados. Pero dentro de este porcentaje se incluyen no solo aquellas que un enfermo pueda contagiarse en el hospital, sino también las provocadas por una bacteria que ya tenía en su cuerpo pero que de forma oportunista lo infecta y lo ataca aprovechando su fragilidad.
La proporción de infecciones varía según las especialidades. En Oftalmología es bajísima y en Cirugía Digestiva es más alta. Pero también varía según el nivel de los hospitales. En los centros hospitalarios más pequeños es menor -el 4,84%- y en los más grandes, como el Carlos Haya, mayor -7,26%-. La razón es que los pacientes más complejos, más graves, los conectados a más máquinas y, por ende, los más vulnerables están en los hospitales de mayor nivel. "Es utópico el porcentaje cero de infección", sostiene Calbo. El facultativo dice que en los últimos 22 años apenas se han logrado reducir las infecciones nosocomiales del 10% al 7,26%.
Pero hay otro elemento que añade dificultad en la lucha. El uso de respiradores, vías y sondas para tratar de sacar adelante a un enfermo, favorece la aparición de infecciones. El lugar donde se utilizan más procedimientos invasivos es la UCI. De ahí que la proporción de infecciones nosocomiales sea mayor en ese área. Allí es donde están las infecciones más graves y los patógenos más multirresistentes. "Pero también es donde se salvan más vidas", apunta Calbo. Y explica que la quinta parte de los pacientes acuden al hospital a que les curen una infección y que el 27% de las camas está ocupada por un enfermo con un proceso infeccioso. Además, precisa que entre los tratamientos para atajar esos patógenos y otros que de forma preventiva se administran cuando se va a realizar una operación, el 43% de las personas ingresadas reciben antibióticos. De modo que sus bacterias están aprendiendo a mutar para ser resistentes y sobrevivir. Por eso, Calbo sostiene que las infecciones nosocomiales son "el resultado de la 'inteligencia' biológica de los microrganismos con los que convivimos desde días después de nacer".