Un colegio atrapado dentro de un gigantesco depósito de plomo se ha convertido en la pequeña e intoxicada Oroya chalaca. Intoxicación de los niños multiplica niveles tolerados por la OMS.
La abuela decidió tapiar todas las ventanas de la casa.
“En algo ayudará a que entre menos plomo”, espera. El polvo tóxico se cuela como una plaga de langostas. Los nietos de Marleny Casapía, ambos de tres años, pagan las consecuencias.
En el último examen practicado en noviembre pasado, Giomar Purisaca registró 50.8 µg/dL (microgramos de plomo por decilitro) en la sangre. Más de cinco veces el nivel máximo tolerado por la Organización Mundial de la Salud. Su primita Eliana Márquez Dávila tiene 38.8 µg/dL. Baja estatura, falta de apetito, retraso intelectual y dolores musculares son los diagnósticos médicos.
No viven en La Oroya, sino en Puerto Nuevo, Callao, frente a los depósitos de plomo de la empresa Impala, ex Cormin, subsidiaria de la gran trader de metales holandesa Trafigura.
COLEGIO GRIS
Ellos integran la lista de 300 pobladores intoxicados por los que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió información al ministro de Relaciones Exteriores, Rafael Roncagliolo, el 11 de abril (CARETAS 2229).
El plazo que dio la CIDH al Estado para la respuesta vence en dos semanas y hasta el cierre de este informe la Cancillería no se había pronunciado.
A escasos 10 metros de la puerta principal del depósito está el colegio nacional primario María Reiche, con 120 alumnos. “Todos los niños están intoxicados”, denuncia el ex director del colegio, Ronald Frasanando. La actual directora, Doris Gutiérrez, evita declarar en detalle, quizá con un ojo puesto en los paseos escolares financiados por Impala. Pero ahí están los exámenes: el triste récord detectado por la Dirección Regional de Salud del Callao lo ostenta Daniel M.C., de 7 años y 65.6 µg/dL de plomo.
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Toma de Google Earth ofrece una idea de la desafortunada ubicación del colegio María Reiche. Otros 10 colegios y 5 barrios son afectados.
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“En el aula persiste una sensación de acidez y picazón. Los niños tienen bajo rendimiento, problemas de lectura. A cada momento van al baño y siempre se quedan dormidos en clase”, describe el profesor Juan García Murrugarra, en la atmósfera perturbadora de una película de terror. “Son muy violentos. En el recreo se tiran puñetes y patadas”.
Impala colocó alrededor de la escuela una malla protectora. Pero el remedio resultó peor que la enfermedad. “Acá el viento sopla fuerte y todo el plomo que se queda en la malla cae al colegio”, cuenta Flor Prieto, representante de los padres de familia.
Cada sábado una delegación de madres hace limpieza a toda la escuela. “Los trapos salen sucios, negros y llenos de polvo”, cuenta una. Carpetas, sillas, ventanas y puertas están impregnadas.
Otros 10 colegios y 5 barrios chalacos cercanos al depósito se ven afectados y la población en riesgo ascendería a 80 mil personas.
“Reparación a todos los agraviados por el plomo”, exigió el congresista chalaco Daniel Mora en una audiencia llevada a cabo el viernes 27 en el Primer Puerto. “A estas personas se les ha quitado el derecho fundamental a vivir en un ambiente equilibrado y adecuado para el desarrollo de la vida. Lo peor es que los más afectados son los más pobres del Callao”.
CONCENTRADO PROBLEMA
Las 7.6 hectáreas del depósito pertenecieron hasta 2001 a Imex Callao, subsidiaria de la estatal Centromin. Cormín las compró a un millón de dólares. Como ocurre con la privatización de La Oroya, el actual ministro de Energía y Minas, Jorge Merino, participó de la transacción.
El mundo de los negocios es pequeño. La paralización de la mencionada refinería hizo que se rebase la capacidad del depósito de Impala y de los otros cinco almacenes en los alrededores. Una de ellas es Perubar, de la trasnacional Glencore, socia de la controvertida Doe Run.
En la vista de Google Earth destaca la mancha gris del cuadrante que conforman las avenidas Gambetta, Mora y Atalaya. Los grandes montículos de concentrados de plomo, arsénico y zinc son vistos nítidamente a tamaño satelital. Un producto en concentrado ocupa 4 veces más espacio que uno listo para ser vendido en el mercado.
El 65% de los minerales que llegan a los almacenes de Impala vienen encapsulados o simplemente tapados con una simple toldera, en camiones de 30 toneladas cada uno. El Ferrocarril Central Andino, con mucho más cuidado, trae el 35% restante.
La ONG Cahude registra 92 mil viajes anuales de camiones con plomo y que, en el mejor de los casos, el 0.01% del concentrado cae al suelo. Es decir, 276 toneladas quedan regadas en las calles chalacas.
En el 2003, un grupo de empresarios bajo la dirección del ferroviario Juan de Dios Olaechea se agruparon bajo el nombre de Eco Callao e impulsaron la opción de una faja hermética.
Al año siguiente se licitó el proyecto para construirla y así transportar los minerales de los depósitos, además de un muelle exclusivamente para estos.
Recién en diciembre último el presidente de APN, Frank Boyle, pudo asegurar que en abril comenzaban las obras. “Las cosas están avanzando”, prometió entusiasta. Acabó el mes y no hay faja a la vista. Sólo 260 mil toneladas de plomo en los depósitos de Impala esperado ser embarcadas.
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