Japón le dio su quinta estrella Michelin y el tsunami que arrasó el país en 2011 se la arrebató, pero Carme Ruscalleda espera recuperar lo perdido con un equipo de profesionales japoneses "entregados al máximo", que sufrieron con la rebaja y ambicionan ser los artífices de la "reconquista".
La catástrofe de Fukushima hizo que el personal occidental del Sant Pau de Tokio abandonara el país y el cambio en la cocina restó una estrella al restaurante, un hecho que, sin embargo, no ha disminuido el palmarés de Ruscalleda.
La chef catalana continúa siendo la única cocinera con cinco estrellas Michelin gracias a la conseguida hace unos meses por el restaurante Moments de Barcelona y afronta con optimismo lo que ella llama "la reconquista" a través de una "apuesta por la calidad, trabajando para el 10, aunque sepamos que solo lo pueden conseguir los dioses".
"Japón mejoró nuestra forma de entender la cocina", ha afirmado en una entrevista a Efeagro.
Japón le descubrió cortes de pescado que nunca se había planteado y le ayudó a recuperar partes que antes tiraba y que ahora reconoce que son "riquísimas", pero también supuso la vuelta hacia los productos cárnicos que caracterizaron la primera carta del Sant Pau allá por 1988 y que ahora recupera en Tokio para atender el gusto de los japoneses, porque "para ellos, lo exótico es la carne".
Ruscalleda es consciente de la necesidad de dar gusto al público, pero reivindica con vehemencia la personalidad de su cocina y no está dispuesta a renunciar a ella para ascender puestos en listas como la elaborada por la revista especializada "Restaurant".
Dice que un puesto como el 65 que ostenta el Sant Pau de Sant Pol de Mar "se asume con inteligencia; diciendo: qué bien que estamos aquí, qué bien por la representación española que está en el pelotón de cabeza y ojalá que hubiera iniciativas de otras revistas para hacer otras listas".
Reconocida hace unos meses con la Medalla de Mérito en el Trabajo, la cocinera, que en 2013 celebrará sus 25 años entre fogones, confiesa que los reconocimientos son importantes para llegar a más público y seguir creciendo, pero que ella no cocina para ganar premios, sino que lo que le da "sustento" es saber que está haciendo algo a su manera.
Ruscalleda quiso ser pintora cuando era pequeña, pero, criada en una familia agrícola y comerciante, y guiada por su inclinación por la cocina, acabó siendo cocinera, una profesión que, según defiende, exige altas dosis de creatividad.
"He logrado tener una profesión que, como la pintura, me permite combinar los colores, que tiene formas como la escultura y que además sirve para comer", comenta cargada de satisfacción y agradecimiento por un trabajo del que no se cansa, ni siquiera en su tiempo libre: no le da pereza cocinar, "ni en un día de fiesta", y eso, para ella, "es una suerte".
Sus platos están cargados de tradición, pero con una vuelta de tuerca, por eso, y animada por su marido y una amiga periodista, se animó a escribir el libro de recetas "Cocinar para ser feliz", una revisión de la cocina de toda la vida que le ha dado muchas alegrías.
"La gente me para por la calle y me da las gracias porque por fin ha encontrado una receta de croquetas con medidas para que la salsa salga naturalmente trabada; en la cocina doméstica hay que dar pistas para que la persona que cocina, que siempre va con prisas, rinda y pueda hacer comida para dos días", explica.
Satisfecha con la experiencia de escribir y compartir sus conocimientos, Ruscalleda está ultimando un nuevo recetario, en esta ocasión sobre gastronomía "antiedad", y continúa dando vueltas a futuros proyectos.
Después de tantos logros y reconocimientos profesionales, lo único que le pide a su carrera es "continuar con ilusión, con capacidad y con salud para resistirlo".
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